Martin Baron
Ex editor ejecutivo de “The Washington Post”
El periodismo y la democracia están indisolublemente relacionados. No existe la prensa independiente sin democracia. Y la democracia no podría subsistir sin la prensa independiente. Nunca fue así. No puede ser así, nunca.
A pesar de los cambios sísmicos que han sufrido los medios de comunicación en décadas recientes, la prensa sigue siendo esencial para difundir la información que las personas necesitan para autogobernarse y, al más alto nivel, para hacer que los que están en el poder rindan cuentas. Cuando no hay nadie que actúe como centinela, resulta mucho más fácil cometer actos ilícitos.
Los políticos buscan perpetuar su control del poder. La corrupción se convierte en algo común, el gobierno abusa de la autoridad que tiene y se socavan los derechos de los ciudadanos comunes. Cuando queremos acordarnos, esos derechos ya no existen.
El eslogan de The Washington Post, donde me desempeñé como editor ejecutivo durante más de ocho años, es: “La democracia muere en la oscuridad”. Y es cierto. La luz del sol es el mejor desinfectante que existe. Creo firmemente que la mayor parte de la ciudadanía desea que la prensa arroje luz sobre quienes los gobiernan y sobre quienes ejercen una influencia desproporcionada en sus comunidades y en su país. La información veraz da poder a todos, no a unos pocos elegidos.
A partir de mi propia experiencia, creo categóricamente que el público nos apoyará si hacemos nuestro trabajo de manera justa, precisa, honesta y honorable.
La principal amenaza a la que nos enfrentamos hoy en día es, casi sin duda, la incapacidad de la sociedad para ponerse de acuerdo sobre un conjunto compartido de hechos. En realidad, es peor que eso. No podemos ponernos de acuerdo en cómo determinar que algo constituye un hecho.
Esta situación representa un peligro no solo para el periodismo. Representa un peligro para la democracia e incluso para el progreso de la humanidad.
La democracia exige que mantengamos un debate sobre las políticas que se implementan. A menudo implica diferentes análisis y diferentes interpretaciones de los eventos y los datos. Pero presupone que, en términos generales, estamos de acuerdo en los hechos más básicos. No obstante, a menudo, y es preocupante que así sea, este ya no es el caso.
Por desgracia, hay algunos ejemplos significativos y recientes de mi propio país:
Empecemos por las elecciones presidenciales de 2020. Sabemos que Joe Biden ganó. Hay una cantidad abrumadora de pruebas que demuestran que así fue. No hay pruebas creíbles de que no ganó. Hubo múltiples recuentos.
La dinámica institucional, las libertades y la prensaHubo rigurosas auditorías. Hubo intentos judiciales de impugnar los resultados oficiales que fracasaron una y otra vez, ya que los jueces de todos los niveles, y nombrados por diferentes presidentes, incluido Donald Trump, citaron la falta de pruebas. El Departamento de Justicia de Estados Unidos determinó que no hubo fraude significativo. Así también lo determinó la agencia de seguridad cibernética del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos.
Sin embargo, más de un tercio de los votantes registrados, y casi dos tercios de los Republicanos, creen que Biden no fue elegido legítimamente.
Asamblea de la SIP en Córdoba: la agenda de la edición 2024¿Por qué? Porque eso es lo que les dice, una y otra y otra vez, un ex presidente que no soporta la idea de que la ciudadanía estadounidense haya votado para desalojarlo de la Casa Blanca. Y porque este ex presidente cuenta con el apoyo de sus aliados mediáticos, en televisión, radio y en línea, que difunden esas mismas mentiras sin cesar.
Pasemos ahora al 6 de enero de 2021. Sabemos que ese día el Capitolio de los Estados Unidos sufrió un violento ataque. Las fuerzas policiales que estaban protegiendo esa sede de la democracia estadounidense fueron golpeadas sin piedad. Se amenazó con llevar a la horca al vicepresidente. Los miembros del Congreso corrieron el riesgo de ser agredidos, sacados a la rastra del edificio, secuestrados y asesinados.
Bajo asedio
La democracia estadounidense estuvo bajo asedio, muy cerca, de hecho, de desaparecer. Los resultados de una elección presidencial estuvieron a punto de ser anulados por una turba que llevó a cabo una insurrección incitada por un presidente en ejercicio.
La SIP, la libertad de prensa y el debate democráticoLo vimos con nuestros propios ojos. Lo escuchamos con nuestros propios oídos. Ahora podemos examinar las pruebas sobre la base de los arrestos, los enjuiciamientos, las condenas y las declaraciones de culpabilidad de cientos de personas que participaron en ese acto vil ese aciago día de 2021. Si hubieran tenido éxito, tal como declaró un juez federal recientemente, “se habría puesto fin para siempre a la transición pacífica del poder”; según lo establece nuestra Constitución.
No obstante, lo que escuchamos de parte de los miembros del Partido Republicano fue que el comportamiento canallesco del 6 de enero de 2021 fue nada más que una “visita turística Normal”. Que el desenfreno de la turba insurrecta, violenta y armada fue un “discurso político legítimo”. Que las personas detenidas y encarceladas son rehenes políticos a quienes se persigue de manera injusta e ilegal.
*Extracto del discurso del autor pronunciado este miércoles en el ciclo Innovación, Tecnología y Periodismo, organizado por Telecom, en Buenos Aires.